Históricamente las civilizaciones han progresado gracias al avance de las comunicaciones. Primero fue el carruaje tirado por caballos, después se extendió el uso de los transportes en carromatos y con el tiempo se idearían nuevas formas de llevar las mercancías y trasladar a las personas en distancias largas basadas en nuevos inventos.
Los medios de transporte modernos se caracterizan por ser el resultado de las necesidades comerciales primero y, poco después, industriales de las grandes potencias. Así, la aparición del ferrocarril se vio condicionada por la aparición de las primeras vías en 1550. Eran raíles de madera, sobre los que circulaban convoyes rudimentarios tirados por animales. Más de dos siglos después aquellas precarias vías fueron recubiertas por una chapa de hierro, el lugar, como no podía ser otro, Inglaterra. No sería hasta principios del XIX cuando la resistencia del hierro forjado surgiera para impulso y modernización del medio. Como resultado se construyeron vagones más complejos y pesados que podían hacer posible recorridos más extensos.
La era del vapor llegó con la locomotora patentada por Watt en 1769, aunque todo el mérito se lo llevó cincuenta años después George Stephenson con su 'Locomotion', la primera locomotora de vapor usada como transporte público en 1825, que unía Stockton con Darlington. Poco después se pondría en marcha la primera vía para el transporte de pasajeros, además de carga, que funcionaba exclusivamente con locomotoras de vapor, fue la línea Liverpool-Manchester, inaugurada en 1830. España también sumaría su contribución al ferrocarril con la instauración de la primera línea férrea en Cuba, la cual entró en funcionamiento en 1837. Una década más hizo falta para activar la primera línea en suelo ibérico, fue la de Barcelona-Mataró, que contaba con más de 28 kilómetros de longitud.
A comienzos del siglo XIX la Revolución Industrial delató la necesidad de alternativas al transporte existente. De una parte, las materias primas tenían que llegar a las fábricas, de otra, estas nuevos centros de producción debían trasladar los productos terminados a los mercados para su venta.
Tras la segunda Guerra Mundial se desarrollaron locomotoras de turbina eléctricas, en las que las turbinas de gas o vapor se usaban para impulsar generadores que proporcionaban energía a motores eléctricos. Sin embargo, estas locomotoras se consideraron poco económicas para el transporte general de carga debido a su frecuente mantenimiento y a la fuerte competencia del transporte por carretera surgida en la segunda mitad del siglo XX. El transporte por ferrocarril tuvo que reajustar sus costes, operación que se vio favorecida con la utilización de nuevas energías como alternativa al vapor. Se impusieron numerosos avances tecnológicos entre ellos la locomotora diésel, más barata y potente que su predecesora.
Al cabo de pocos años, los ferrocarriles habían convencido a los comerciantes de su superioridad sobre los canales y vías fluviales, no sólo por velocidad y por ser más directos, sino porque reaccionaban mejor frente a las adversidades meteorológicas. Las líneas se fueron mejorando y junto con el trazado configuraron con el tiempo una extensa red de transporte ferroviario diferenciada según la inversión de cada uno de los países.
A partir de la década de 1960, el primer tren bala japonés marcó el inicio de las grandes velocidades. A largo de los años setenta, la automatización de los trenes fue siendo cada vez mayor, especialmente en el transporte interurbano.
En Europa occidental los núcleos urbanos altamente poblados están relativamente cerca, por ello para utilizar su interconexión ferroviaria se ha tendido a la modernización de las vías y en consecuencia a su señalización junto a la nueva tecnología de tracción, con lo que se alcanzan velocidades de entre 160 y 200 km/h. Por su parte, los trenes de largo recorrido han logrado mantener un tráfico frecuente y regular, añadiendo mejoras como son vagones dotados de aislamiento acústico, asientos ergonómicos, aire acondicionado y servicios de telefonía y audiovisuales, además de los clásicos servicios de restauración o coche-cama. Hoy, las aplicaciones tecnológicas permiten controlar y localizar a distancia un tren así como realizar conexiones automáticas entre líneas, procesar instantáneamente datos sobre la velocidad o la circulación y transmitirlos para gestionar el transporte. De hecho, este gran salto tecnológico pudo constatarse ya en 1989 con la primera línea de pasajeros totalmente automatizada con trenes sin tripulantes, fue en el metro de Lille, al norte de Francia.
España, en apenas seis años (2005-2011), se ha convertido en un país a la vanguardia mundial en alta velocidad propulsando este modo de transporte rápido, seguro y sostenible. La apuesta para el nuevo siglo pasa por construir y mantener infraestructuras eficientes e interoperables que traspasen fronteras, asimilen las innovaciones técnicas y, por supuesto, recreen un mapa ferroviario versátil y rentable.
Los medios de transporte modernos se caracterizan por ser el resultado de las necesidades comerciales primero y, poco después, industriales de las grandes potencias. Así, la aparición del ferrocarril se vio condicionada por la aparición de las primeras vías en 1550. Eran raíles de madera, sobre los que circulaban convoyes rudimentarios tirados por animales. Más de dos siglos después aquellas precarias vías fueron recubiertas por una chapa de hierro, el lugar, como no podía ser otro, Inglaterra. No sería hasta principios del XIX cuando la resistencia del hierro forjado surgiera para impulso y modernización del medio. Como resultado se construyeron vagones más complejos y pesados que podían hacer posible recorridos más extensos.
La era del vapor llegó con la locomotora patentada por Watt en 1769, aunque todo el mérito se lo llevó cincuenta años después George Stephenson con su 'Locomotion', la primera locomotora de vapor usada como transporte público en 1825, que unía Stockton con Darlington. Poco después se pondría en marcha la primera vía para el transporte de pasajeros, además de carga, que funcionaba exclusivamente con locomotoras de vapor, fue la línea Liverpool-Manchester, inaugurada en 1830. España también sumaría su contribución al ferrocarril con la instauración de la primera línea férrea en Cuba, la cual entró en funcionamiento en 1837. Una década más hizo falta para activar la primera línea en suelo ibérico, fue la de Barcelona-Mataró, que contaba con más de 28 kilómetros de longitud.
A comienzos del siglo XIX la Revolución Industrial delató la necesidad de alternativas al transporte existente. De una parte, las materias primas tenían que llegar a las fábricas, de otra, estas nuevos centros de producción debían trasladar los productos terminados a los mercados para su venta.
Tras la segunda Guerra Mundial se desarrollaron locomotoras de turbina eléctricas, en las que las turbinas de gas o vapor se usaban para impulsar generadores que proporcionaban energía a motores eléctricos. Sin embargo, estas locomotoras se consideraron poco económicas para el transporte general de carga debido a su frecuente mantenimiento y a la fuerte competencia del transporte por carretera surgida en la segunda mitad del siglo XX. El transporte por ferrocarril tuvo que reajustar sus costes, operación que se vio favorecida con la utilización de nuevas energías como alternativa al vapor. Se impusieron numerosos avances tecnológicos entre ellos la locomotora diésel, más barata y potente que su predecesora.
Al cabo de pocos años, los ferrocarriles habían convencido a los comerciantes de su superioridad sobre los canales y vías fluviales, no sólo por velocidad y por ser más directos, sino porque reaccionaban mejor frente a las adversidades meteorológicas. Las líneas se fueron mejorando y junto con el trazado configuraron con el tiempo una extensa red de transporte ferroviario diferenciada según la inversión de cada uno de los países.
A partir de la década de 1960, el primer tren bala japonés marcó el inicio de las grandes velocidades. A largo de los años setenta, la automatización de los trenes fue siendo cada vez mayor, especialmente en el transporte interurbano.
En Europa occidental los núcleos urbanos altamente poblados están relativamente cerca, por ello para utilizar su interconexión ferroviaria se ha tendido a la modernización de las vías y en consecuencia a su señalización junto a la nueva tecnología de tracción, con lo que se alcanzan velocidades de entre 160 y 200 km/h. Por su parte, los trenes de largo recorrido han logrado mantener un tráfico frecuente y regular, añadiendo mejoras como son vagones dotados de aislamiento acústico, asientos ergonómicos, aire acondicionado y servicios de telefonía y audiovisuales, además de los clásicos servicios de restauración o coche-cama. Hoy, las aplicaciones tecnológicas permiten controlar y localizar a distancia un tren así como realizar conexiones automáticas entre líneas, procesar instantáneamente datos sobre la velocidad o la circulación y transmitirlos para gestionar el transporte. De hecho, este gran salto tecnológico pudo constatarse ya en 1989 con la primera línea de pasajeros totalmente automatizada con trenes sin tripulantes, fue en el metro de Lille, al norte de Francia.
España, en apenas seis años (2005-2011), se ha convertido en un país a la vanguardia mundial en alta velocidad propulsando este modo de transporte rápido, seguro y sostenible. La apuesta para el nuevo siglo pasa por construir y mantener infraestructuras eficientes e interoperables que traspasen fronteras, asimilen las innovaciones técnicas y, por supuesto, recreen un mapa ferroviario versátil y rentable.