Al embarcar en la ruta continua más larga del mundo, 9.288
kilómetros (o 5.772 millas), lo primero que sorprende es su cálida acogida. El
transiberiano tiene vagones decorados con un estilo único. De los coches de
segunda clase cuelgan cortinas verdes con estampados que retratan todas
las ciudades rusas por las que se pasa. De igual modo, los compartimentos de
primera han sido engalanados al estilo ruso más tradicional, con brillantes colores rojos y
dorados. Cada cabina dispone de un samovar que suministra agua caliente, además,
los pasajeros cuentan con un agradable vagón restaurante que ofrece un sabroso
y extenso menú (de 18 páginas) para degustar. Las Provodnitsas, que son las empleadas responsables de los vagones, se encargarán de que todo esté en orden y cuidarán
de que no nos despistemos en ninguna estación.
Aunque el transiberiano tiene multitud de rutas, la principal es la que conecta Moscú con Vladivostok. Y es que después de cruzar Siberia la ruta se divide en tres: a la línea que acaba en el Pacífico, le sigue la que llega a China (construida de 1940 a 1956) atravesando la estepa mongola incluso parte del desierto de Gobi hasta avistar los fértiles arrozales chinos, es el Transmongoliano. A estos se suma un tercero que también alcanza el continente chino, esta vez sin cruzar Mongolia, este tren es el Transmanchuriano y recorre un total de 8.960 kilómetros en unas 145 horas. Eso sí, en cada viaje necesitaremos los respectivos visados para salvar la aduana.
El tren Rossiya |
El origen del transiberiano se debió principalmente a los problemas económicos asociados al tamaño de Rusia. A mediados del siglo XIX la construcción de una línea férrea hacia la lejana Siberia ya había sido propuesta, aunque en aquellos tiempos aún estaba todo por decidir. Atraídas por las riquezas minerales de la zona, diversas compañías extranjeras propusieron varios tipos de vías, si bien los zares rusos eran reticentes a que intereses extranjeros entraran en el país por lo que finalmente se optó por usar fondos propios del Tesoro para construir la calzada. En 1886, tras 25 años de espera, el zar Alejandro III decidió que era hora de empezar. Fue su hijo Nicolás quien pondría la primera placa de la nueva vía en mayo de 1891, dándose inicio las obras simultáneamente desde los dos extremos del trazado: Chelyabinsk y Vladivostok. Las durísimas condiciones climáticas complicaron el proceso. Casi la totalidad de la línea fue construida en áreas plagadas de taiga. Este espeso bosque incluía el desafío adicional de numerosos lagos, ríos y zonas anegadas o cubiertas por el permafrost. Esto supuso un enorme coste (más de 350 millones de rublos), a lo que hubo que añadir la dificultad en encontrar trabajadores pues se requerían no pocos especialistas, al tiempo que cientos de obreros serían prisioneros exiliados y soldados. A pesar de todo, más de 600 kilómetros de vías eran trazadas cada día. El increíble ritmo de construcción hizo que la línea fuera completada en tan solo doce años. Las comunicaciones desde Chelyabinsk hasta el Pacífico finalizaron oficialmente en 1916, cuando 7.500 kilómetros de vías lograron que Europa finalmente conectara con el océano Pacífico. Tan pronto como el transiberiano fue construido empezó a tener un impacto significativo sobre el desarrollo económico, y contribuyó a la aceleración y crecimiento del intercambio de mercancías. Con la primera Guerra Mundial las condiciones del transiberiano se deterioraron, sin embargo, fue durante la Guerra Civil cuando un enorme número de trenes y coches fueron destrozados y multitud de puentes abatidos. Durante los años veinte la red fue reestructurada y a partir de 1925 los servicios se reemprendieron para continuar sin descanso hasta nuestros días.
En la actualidad las líneas marítimas acaparan la mayoría del tráfico de mercancías entre oriente y occidente, y aunque el 97% del trazado está electrificado desde 2001, el transiberiano debe mejorar y modernizar sus servicios para poder convertirse en una alternativa competitiva. Existe la posibilidad de que el gran transiberiano se transforme en una poderosa ruta euroasiática, un modo de resurgir la famosa ruta de la seda. Este recorrido conectaría la isla Sakhalin con el continente así como con Hokkaido. Sin embargo, en Rusia no hay instalaciones del cambio automático del ancho de vías lo que implica que las formaciones que viajan hacia o desde China no pueden cruzar la frontera directamente, pues los bogies de cada coche deben ser cambiados. Esta operación, junto con los trámites de aduana y el control de pasaportes, puede hacer que el cruce de la frontera demande varias horas.
En la actualidad las líneas marítimas acaparan la mayoría del tráfico de mercancías entre oriente y occidente, y aunque el 97% del trazado está electrificado desde 2001, el transiberiano debe mejorar y modernizar sus servicios para poder convertirse en una alternativa competitiva. Existe la posibilidad de que el gran transiberiano se transforme en una poderosa ruta euroasiática, un modo de resurgir la famosa ruta de la seda. Este recorrido conectaría la isla Sakhalin con el continente así como con Hokkaido. Sin embargo, en Rusia no hay instalaciones del cambio automático del ancho de vías lo que implica que las formaciones que viajan hacia o desde China no pueden cruzar la frontera directamente, pues los bogies de cada coche deben ser cambiados. Esta operación, junto con los trámites de aduana y el control de pasaportes, puede hacer que el cruce de la frontera demande varias horas.
Hoy día hay dos trenes operativos denominados transiberianos: uno más lujoso que sigue la ruta clásica, y otro llamado Rossiya, de aluminio y
plexiglás, que circula en idénticas condiciones: más de nueve mil kilómetros de
recorrido y seis días para completar nuestro viaje.
Más información: http://www.transsiberianexpress.net/