Los transcontinentales canadienses son trenes de larga distancia que ofrecen la posibilidad de atravesar Canadá de costa a costa. Por la ruta del oeste el Canadiense une la ciudad de Toronto situada en la Región de los Grandes Lagos con Vancouver situada frente a las costas del Pacífico tras pasar por las extensas praderas de Manitoba, las Montañas Rocosas, y las desérticas llanuras de Ontario.
Locomotora de la línea Canadian Pacific, 1895 |
Cuando en 1871 la Columbia Británica, la más occidental de las provincias, decide unirse a la recién estrenada nación de Canadá, lo hace con la condición de que el gobierno construya una línea férrea transcontinental
que la acerque al resto de provincias. En 1881 las obras y explotación de la
línea estaban en manos de la Canadian
Pacific Railway (CPR) que puso en pie la línea transcontinental en noviembre de
1885. Pero tal y como había sucedido con otras líneas de gran envergadura, pronto
se hizo necesario elaborar un plan para rentabilizar las obras. Por un lado se
recurrió a la inmigración y, por otro,
se atrajo a aquellos viajeros extranjeros acostumbrados a los trenes de lujo
con una propuesta irresistible: convertir las Rocosas canadienses en el equivalente de los
Alpes suizos. El primer tren de esta clase con destino a la costa oeste salió
de Montreal en junio de 1886 y llegó a Port Moody (cerca de Vancouver) seis días después. Esta línea era entonces la
más larga del mundo, y optaba a convertirse en la más cómoda. Se fabricaron
para ello unas literas más largas y anchas que las de Pullman, se diseñaron
artesonados de marquetería en los coches y se dispuso un servicio de
restauración selecto para enmarcar la mejor gastronomía proveniente de los
paisajes que se atravesaban. Sin embargo, en cuanto el tren llegaba a las
Rocosas, la cosa cambiaba. La línea no disponía de túneles que aminorasen las
pendientes por lo que las locomotoras tenían que sortear abruptas laderas y
pronunciadas curvas, lo cual provocaba no pocas molestias al pasaje. Esto se
solucionaría poco después con la puesta en servicio de etapas o estaciones, dando inicio a las cadenas hoteleras de estilo suizo al pie de las rutas de
montaña norteamericanas. La rica clientela británica del
Canadiense podía encontrar así las mismas comodidades que se brindaban en las rutas de Singapur o
Bombay.
El ferrocarril permanece como vibrante símbolo de la identidad canadiense. De hecho, la primera línea pública (de 25 kilómetros) se puso en marcha en el estado de Québec en 1836, tan solo seis años después de que lo hiciera la primera del mundo en Inglaterra. Durante dos décadas fue el único medio efectivo para el transporte de larga distancia para pasajeros en la mayoría de las regiones de Canadá y resultó decisivo para el asentamiento de sus primeros habitantes y el desarrollo del comercio canadiense.
En la década de 1990 se creó otra línea que, situada al norte, pasaba por Edmonton y Jasper. Actualmente, es la única dedicada a viajeros que la operadora Via Rail pone en funcionamiento tres veces por semana (que se reduce a dos de noviembre a abril). El trayecto, que no destaca por su velocidad (de media alcanza los 55 km/h), transcurre durante 4.466 kilómetros y dura ochenta y dos horas. Con los coches originales de 1955, el acero brillante del Canadiense cruza incansable las grandes llanuras de Manitoba y Saskatchewan en una ruta que atraviesa todo el continente.
Para ampliar información: http://www.viarail.ca/en/trains/rockies-and-pacific/toronto-vancouver-canadian.